CAPÍTULO XVI DEL COMBATE ENTRE EL GALEÓN AMARILLO Y LOS DOS PIRATAS.

CAPÍTULO XVII

EN LA BARRA DEL GARONA

POR dos días navegó el Galeón Amarillo á velas desplegadas, impelido por vientos favorables del nordeste, dejó atrás á Ouessant, punto más occidental de Francia y al tercer día pasó frente á Bella Isla y avistó algunos transportes que regresaban á Inglaterra. Los dos nobles hicieron colgar sus escudos de armas al costado del barco y observaron con el mayor interés las señales con que respondían los transportes y que les indicaban los nombres de aquellos caballeros á quienes las enfermedades ó las heridas hacían regresar á sus hogares en tan críticos momentos.

Por la tarde se notaron señales de próxima tempestad que alarmaron profundamente al capitán Golvín, pues no sólo había perdido la tercera parte de sus marineros sino que la mitad de los restantes estaban á bordo de las dos galeras apresadas; y unido esto á las averías sufridas por su propio barco, lo ponían en muy malas condiciones para arrostrar las tempestades de aquella peligrosa costa. El viento sopló con violencia toda la noche, imprimiendo al pesado transporte fuertes balances. Roger, aunque debilitado por la pérdida de sangre, subió sobre cubierta al despuntar el día, prefiriendo que lo mojaran las olas á continuar encerrado en los estrechos y obscuros camarotes, nauseabundos y llenos de ratas. Asido á una driza, contempló con emoción el espectáculo del mar alborotado, cubierto de innumerables olas y reflejando el negro color de las nubes. Las dos galeras apresadas seguían al Galeón á corta distancia, luchando también con el viento y las olas. Á la izquierda, entre la bruma, se veía la tierra de Francia, aquella tierra donde sus antepasados habían derramado su sangre y conquistado imperecedera gloria; Francia, patria de tantos famosos caballeros, de tantas beldades, teatro de altos hechos inolvidables y asiento de los grandes monumentos, del arte, el lujo y la riqueza. En presencia de aquella costa francesa besó Roger el preciado velo que le diera la bella Constanza de Morel, y besándolo hizo el juramento de conquistar con su valor fama digna de tan noble dama, ó perecer en la demanda. Sacóle de sus meditaciones la ronca voz del capitán, que dominando el tumulto de los elementos, le gritó:

—Mal gesto tenéis, señor caballero, y no me extraña, que yo mismo con haber navegado desde la infancia, no recuerdo haber visto nunca promesa tan segura de una tempestad deshecha. Mal día y peor noche nos esperan.

—Otros eran mis pensamientos, dijo el escudero, muy ajenos á la tempestad que nos amaga.

—Disponed de mí, si en algo puedo serviros. Pero hablando de pensamientos, no son menos negros los que me asaltan al figurarme las dificultades de mi viaje de vuelta; vientos contrarios, la vela mayor partida en dos, muertos la tercera parte de mis marineros, y el barco con averías y boquetes por todos lados. Creo que antes de llegar de nuevo á Southampton hemos de vernos convertidos en arenques salados, á juzgar por la cantidad de agua que espero embarcar en cuanto ponga la proa á Inglaterra.

—¿Y qué dice á ello mi señor?

—Abajo está, ayudando á su amigo á descifrar blasones. Lo único que me contesta es que no le hable de tales pequeñeces. ¡Pequeñeces! Pues ¿y Sir Oliver? En cuanto le digo que me faltan marineros me contesta que los guise á todos con salsa de Gascuña. Me dirigí á los arqueros. ¡Que si quieres! Allá se están las horas muertas jugando á los dados, presididos por el sargento Simón y Reno, y el gigantón cabeza roja que le rompió el brazo al pirata. "Mirad que el Galeón éste se va á hundir de un momento á otro," les digo. Y maldito lo que se les importa. "Esa es cuenta vuestra, mal capitán," me dice uno. "Seis y blanco," gruñe otro. Y ese Simón que Dios confunda acaba por mandarme al demonio. ¡Desde aquí se les oye, manada de tiburones!

En efecto, á pesar del rumor del viento y de las olas, llegaba hasta ellos el eco de los juramentos y las carcajadas de los jugadores que llenaban la proa.

—Si yo puedo ayudaros... propuso Roger.

—Bastante tenéis que hacer con cuidar vuestra averiada cabeza, ó lo que de ella os queda gracias al capacete que aguantó lo mejor del golpe. Pero cuanto puede hacerse por ahora está hecho; tapada con velas y cables entrelazados la brecha de estribor, sólo falta ver lo que sucederá cuando cambiemos de rumbo para evitar las rocas y bajíos de la costa, á la cual nos vamos acercando demasiado. Aquí viene el barón y á fe mía que llega á tiempo.

—No toméis á desaire mi distracción, maese Golvín, dijo el caballero, andando con dificultad á consecuencia de los balances del barco. Estaba muy preocupado con una difícil cuestión heráldica, sobre la cual quisiera oir vuestra opinión, Roger. Se trata de los cuarteles del escudo perteneciente á la familia de Sosire, cuyo jefe Sir Leiton es mi tío, casado con la viuda de Sir Enrique Oglander, de Nunvel. La delimitación de esos cuarteles ha sido cuestión muy debatida entre cuantos entienden de blasones. ¿Qué tal vamos, capitán?

—Me preocupa el estado de la nave, señor barón. Tendremos que orzar muy pronto y en cuanto lo intente empezará el pobre Galeón á embarcar agua.

—¡Que llamen enseguida á Sir Oliver! gritó el barón.

Poco después llegaba á popa el obeso caballero, resbalando á cada paso, agarrándose á la borda, á las drizas y á cuanto se le ponía á mano, abotargado el rostro y maldiciendo su suerte.

—¿Qué barco es éste, señor capitán, exclamó entre dos balances, en el que un honrado caballero no puede dar un paso sin exponerse á partirse el alma? Si ha de continuar mucho tiempo esta danza, ponedme á bordo de uno de esos piratas, que más saltarines que vuestra nave no pueden ser, á buen seguro. Cuando ya no podía tenerme de debilidad, me senté ante un frasco de malvasía y un jigote de carnero, y al primer bandazo se me vino encima el frasco, poniéndome de perlas ropilla y calzas, y el guiso fué á dar con salsa y todo en el santo suelo. Allá quedan mis pajes corriendo tras él, como lebreles en seguimiento de una cierva. ¡Rayos del cielo, qué galera ni qué tarasca!... Pero ¿me habéis llamado, amigo Morel?

—Para oir vuestra opinión, desgraciado y hambriento caballero. Aquí tenéis á maese Golvín temeroso de que si vira de bordo el Galeón empezará á hacer agua.

—Pues que no vire, la cosa es clara. Y con vuestra venia, barón, me vuelvo á ver qué hacen aquellos tunantes de pajes....

—Pero es que si no viramos iremos á dar en las rocas antes que os sentéis de nuevo á la mesa, dijo el capitán.

—Pues entonces, virad, con mil de á caballo, gruñó el señor de Butrón. ¿Permitís, amigo barón?

En aquel instante se oyó la voz de los vigías: "¡Rocas á proa!" En el centro de una ola enorme, á cien varas de distancia, aparecieron las obscuras piedras de un arrecife, cubiertas de espuma. El capitán se lanzó al timón y comenzó á dar voces de mando, los marineros practicaron las maniobras sin perder momento, giró el botalón con prolongado chirrido y el galeón cambió de rumbo, á cortísima distancia de los amenazadores peñascos.

—No creo poder salvarlos á tiempo, rugió el capitán aferrado al timón. ¡San Cristóbal nos valga!

—Pues en tan gran peligro estamos, quiero que ondee mi pabellón sobre cubierta, dijo el barón tranquilamente. Id á buscarlo, Roger, y clavadlo aquí.

—Y yo, exclamó Sir Oliver, prometo á mi excelso patrón Santiago de Compostela visitar su santuario allá en España, si me saca en bien de este trance, y comerme una carpa más cada día de vigilia, durante un año. ¡Cómo ruge el mar! ¿Qué decís, capitán?

—¡Pasamos, pasamos! gritó Golvín, fija la vista en las rompientes más inmediatas á la proa. ¡Á la buena de Dios!

Siguieron unos momentos de espera y luégo se sintió en todo el barco el roce de la quilla sobre las rocas. Una de éstas, cuya punta proyectaba oblícuamente, raspó con fuerza el costado del casco, arrancándole largas astillas. Un momento después el Galeón Amarillo completaba su evolución, el viento hinchaba las velas y escapaban todos al gravísimo peligro, huyendo de la amenazadora costa, entre las aclamaciones de marineros y soldados.

—¡Dios sea loado! exclamó el capitán enjugando el sudor que le bañaba la frente. No volveré á Southampton sin ofrecer un cirio de cinco libras al buen San Cristóbal en la capilla del convento.

—Vaya, pues me alegro, comentó Sir Oliver, porque á la verdad prefiero morir enjuto, por más que después de haber comido tanto pescado en esta vida, sería muy justo que los peces me comiesen á mí. Y ya que de comer se trata, á mi cámara me vuelvo....

—Esperad algo más, querido compañero, dijo el barón, porque si no he entendido mal, escapamos de un peligro para caer en otro.

—¡Capitán! gritó en aquel momento el contramaestre ¡las olas se han llevado las velas que cerraban el boquete de babor! ¡El barco hace agua!

Tras el contramaestre aparecieron corriendo muchos marineros, anunciando que el agua inundaba el interior del barco y que los caballos estaban en inmediato peligro. Obedeciendo las órdenes enérgicas de Golvín, afianzaron velas sobre el boquete abierto en el costado, operación dificilísima en aquellas circunstancias y que una vez terminada impidió, aunque no totalmente, la entrada del agua. El Galeón se había hundido bastante y las olas barrían la cubierta con frecuencia.

—No creo que resista en la dirección que llevamos, dijo el capitán, pero si viro encallamos en la costa.

—¿Y amainando velas? sugirió el barón. ¿No podríamos esperar la calma del mar y el viento?

—No, una y otro no tardarían en arrojarnos contra las rocas. En treinta años que llevo á bordo no me he visto en lance igual. ¡Los santos del cielo se apiaden de nosotros!

—Y muy particularmente confío yo en la protección del gran Santiago, en cuyo día hago voto de comerme otra carpa, además de la prometida ya para todos los días de vigilia del año....

Golvín miró en dirección de las dos galeras apresadas; veíaselas á gran distancia, ya saltando sobre las olas ya cayendo pesadamente entre ellas.

—Si estuviesen más cerca, dijo el marino, todavía podríamos salvarnos. Por lo pronto, señor barón, convendría que os quitáseis la armadura, porque de un momento á otro podemos vernos en el agua.

—No acepto el consejo, respondió el caballero. No se dirá que un noble se desarma voluntariamente porque le amenazan Eolo y Neptuno. Lo que haré será convocar sobre cubierta á la Guardia Blanca y aguardar con ella la buena ó mala suerte que el cielo nos depare. Pero ¿qué es aquello, maese Golvín? Por escasa que sea mi vista me parece no ser ésta la primera vez que contemplo aquellos dos promontorios, allá á la izquierda.

—¡Por San Cristóbal bendito! exclamó el marino con voz gozosa y mirando ávidamente en la dirección indicada. ¡Es La Tremblade! ¡Y yo que creía no haber pasado de Olorón! Allí, frente á nosotros, está la desembocadura del Garona, y una vez pasada la barra habrá desaparecido el peligro. ¡Orza, muchachos! ¡Timón á babor!

Movióse otra vez el botalón, el viento cogió las velas á estribor é impulsó el asendereado barco en la nueva dirección que le ofrecía tan inesperado refugio. De uno á otro extremo de la anchurosa ría formaban las olas movible barrera coronada de espuma que se extendía, por el norte, hasta un elevado pico y por el sud hasta una punta baja y arenosa. En el centro una pequeña isla contra la cual se estrellaban furiosas las olas.

—Entre la isla y el promontorio hay un canal, dijo el capitán; me lo indicó el piloto del príncipe real en persona. Veremos si el Galeón obedece á mi mano, cargado de agua como vá y sumergido una braza más de lo que debiera.

—Adelante, maese, exclamó el señor de Butrón; dos veces nos ha sido favorable la fortuna en los inminentes peligros de este día, y si nos protege ahora, hago voto al bendito Santiago de....

—Tened la lengua, Butrón amigo, que si seguís ofreciéndoos carpas acabaréis por atraernos la indignación del santo....

—Os ruego ordenéis á los soldados que se tiendan sobre cubierta y permanezcan inmóviles, dijo el capitán. Dentro de pocos minutos estaremos salvados ó habrá llegado nuestra última hora.

Arqueros y hombres de armas obedecieron prontamente. Golvín se aferró al timón y miró fijamente á proa, por debajo de la hinchada vela mayor. Los dos jefes, inmóviles á popa, contemplaban también la temida barra. Por fin el Galeón Amarillo llegó á las rompientes, evitó los obstáculos y en cortos momentos, dejando atrás todo peligro, surcó las tranquilas aguas del Garona.

CAPÍTULO XVIII DE CÓMO EL BARÓN HIZO VOTO DE PONERSE UN PARCHE
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